En el año 2000 nacía el Premio Sebastiane de la mano de Gehitu, la asociación de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales de Euskadi, para impulsar la presencia de la diversidad en el Zinemaldia y para ayudar a la distribución de películas con esta temática.

Quince años después con los logros legales y sociales conseguidos en materias de diversidad sexual o con la aparente normalización de la temática gay en el cine, cabría preguntarse si continúan siendo necesarios este tipo de premios.

Pararse a mirar atrás para preparar el futuro siempre nos ayuda a vivir con más fuerza y claridad nuestro presente. De esta manera podemos darnos cuenta que donde se sembró hace quince años hoy recogemos frutos, y donde no se hizo todo sigue igual o peor. En el Gehisemua del año 2000 (el antecedente del actual Magazine) nos resumían el festival de ese año como el del premio a Carmen Maura por La Comunidad de Alex de la Iglesia. Para el Kursaal era su segundo año como sede del Zinemaldia e inauguraba sus sesiones golfas con In the Mood for Love de Wong Kar-wai. La crítica la consideró una edición floja.

En la ciudad nació Gehitu, asociación LGTB que desde el principio organizó el premio, su entrega y la fiesta LGTBI del Zinemaldia. Asociación que “sembraba” mediante jornadas con títulos como “Las nuevas familias: la familia homosexual” donde se reunió a jueces, políticos, escritoras o antropólogas. En el país, Vitoria-Gazteiz habría su registro de parejas de hecho a los gays y en Navarra su Parlamento daba la adopción conjunta a las parejas. Pero en el mundo sólo los Países Bajos, y ese mismo año, aprobaban el matrimonio diverso.

Era una época sin móviles donde ligar y “triunfar” todavía se iba a los bares o se quedaba mediante el chat. Un tiempo donde en México se prohibía la entrada a “perros y homosexuales” en los bares, las autoridades de Estambul rechazaban un crucero gay o muchas transexuales eran asesinadas en América, diariamente. La intersexualidad era una gran desconocida y la bisexualidad no formaba parte ni de los colectivos gays. Y la realidad de gays y lesbianas en Asia o África estaba ausente, salvo para el turismo sexual.

Pero los colectivos LGTBI comenzaron a sembrar en esta nueva frontera de los derechos civiles. Hoy en el DF de México hay matrimonio diverso y este avanza por América, Oceanía y Europa. Quince años después esa frontera es mundial y la lucha actual en pro de los derechos civiles se juega en la dignidad de las personas LGTBI. Y el cine ya está contándonos esas nuevas historias fronterizas. Como esa donde pastores evangélicos de EEUU vislumbrando su derrota legal y social a medio plazo “deslocalizan” su odio antigay en África, financiando a los pastores locales o estableciendo franquicias de sus iglesias. En 2014 nos encontramos que aunque los avances legales son imparables y el colectivo LGTBI está desmovilizado esta nueva realidad nos planta ante nuevos campos necesitados de cultivo y riego. Lugares que nunca imaginamos: en países exóticos, residencias de ancianos, colegios, leyes de familia… Y el cine tiene ahí nuevos espacios donde mostrar su vigencia.

Otra reflexión que vuelve 15 años después, es la vigencia del cine gay como género y la de galardones como el Sebastiane. Desgraciadamente ahí el cine ha avanzado muy lento. Una industria que se ha feminizado desde los oficios técnicos a la producción ve como los cargos con decisión creativa y económica siguen en manos de hombres. Si nos acercamos a la cartelera del fin de semana en nuestras ciudades, ¿cuántas directoras, productoras, directoras de sonido o iluminación encontraremos?, ¿alguna? Por otro lado el mundo del cine es visto como algo izquierdoso y lleno de gays y lesbianas. Pero luego eso no se refleja en las pantallas o en los despachos.

Para una directora o para una película con temática gay sigue siendo difícil y largo el camino para conseguir financiación. Incluso las grandes producciones “gays” americanas (como nuestra última ganadora, Dallas Buyers Club) esperan 10 años en los cajones de media para abandonar la fase de proyecto. Parece que lo gay todavía es un asunto que debe quedar en la esfera privada dentro de la industria del cine o ser ese elemento “blanco” y “simpático” que ayuda a la trama y provoca una sonrisita condescendiente.

Por ello Premios como el Sebastiane mantienen vigencia ya que ninguna ayuda es poca para la distribución de una película LGTBI. Porque ejercen una función de acicate para que un Festival como el donostiarra programe buenas cintas con esta temática. Además acercan a los cineastas a su público primigenio, aunque ellos quieran trascender con su cine más allá del colectivo. Ese que se autodenomina LGTBI para contener a todas y todos pero que a veces sólo es un contenedor donde cada cual avance en paralelo. En estos casos los premios de cine obligan a la mezcla de gentes, ideas, experiencias…

Por último son galardones cuyos jurados no sólo pueden basarse en criterios cinematográficos sino que deben atender a otros cómo son si la diversidad y dignidad de las personas LGTBI es reflejada en las cintas convincentemente. Un premio como el Sebastiane tiene que ser cinematográfico pero inclusivo y diverso a la vez.

Y como siempre ante las palabras “orgullo” y “lobby gay” usadas como arma arrojadiza contra lo LGTBI anteponer otra: la “visibilidad” de lo gay en el festival en sus vertientes industrial, artística y festiva. Porque ese “orgullo-visible” en el celuloide y la realidad es el bálsamo que todo lo cura, incluso la homofobia.

Nicolás Subirán