La esperanza de vida aumenta cada año en el mundo occidental, encontrándonos sociedades cada vez más envejecidas. Sin embargo, desde la perspectiva pública, política, sanitaria y social, parece que las personas trans* no llegan a la vejez, puesto que mientras sí contamos con datos, leyes, etc., en la vida adulta, no encontramos información al respecto de esta etapa. ¿Es posible que las personas trans* no lleguen a la vejez? Esta cuestión es un absurdo, a todas luces, imposible. No hay razón ni dato alguno fidedigno que indique que estas personas tienen una esperanza de vida menor. Entonces, ¿qué ocurre?

Las personas trans*, experimentan una mayor negación de su realidad que se incrementa a medida que se hacen mayores. Tanto es así que es prácticamente inexistente la presencia de recursos y servicios destinados a satisfacer sus necesidades.

Son muchos los elementos que pueden estar incidiendo en esta cuestión. Por un lado, hasta hace no tantas décadas, las personas trans* tenían que, casi obligatoriamente, vivir esta circunstancia vital en secreto durante toda su vida, o hacerlo en la más estricta intimidad. Por supuesto, sin contar con posibilidad de reasignación para quienes la necesitaran.

Por otro lado, la medicalización de la transexualidad trajo consigo un sin fin de condicionantes patologizadores que condenaban a estas personas a tener que demostrar, de forma continuada, su identidad y su salud mental. Además, esta medicalización, diseñada exclusivamente para la edad adulta, admitía una única forma de transición, excluyendo y negando a quienes no se ajustaran estrictamente a ella.

No obstante, la lucha por los derechos de las personas trans*, si bien ha logrado innegables progresos fundamentalmente jurídicos y médicos, no ha conseguido el cumplimiento efectivo y generalizado de sus derechos. Además, el esfuerzo realizado se ha centrado fundamentalmente en lo relativo a la vida adulta y, más recientemente, en lo relativo a la infancia.

¿Qué sabemos de las personas trans* durante la vejez? Lamentablemente, son muchas las lagunas existentes. El interés por su bienestar es relativamente reciente y no contamos con suficiente literatura, ni procedimientos que se centren en esta etapa de la vida. Sigue siendo, por tanto, un asunto pendiente. Pero, ¿conocemos algunas de las necesidades que tienen las personas trans* en esta etapa de la vida?, ¿difiere de las necesidades de otras personas?
Efectivamente, las necesidades humanas son las mismas, la necesidad de estar sanas y cuidadas, de sentirse queridas y valoradas, y de poder disfrutar de la vida, están presentes. Sin embargo, en cada caso, la posibilidad y la forma de resolverlas puede ser muy distinta.

En primer lugar, la invisibilidad social de los mayores trans* es mayor que la de sus pares más jóvenes. Esto se refleja claramente en las políticas públicas, en la incipiente investigación en este tema, etc. Sabemos que algunas de las cuestiones no son más que hipótesis de partida, relacionadas en parte con el conocimiento que tenemos de las relaciones humanas de la vejez o que tenemos de las personas trans* en la etapa de la vida adulta. Sabemos que enfrentarse de forma reiterada al estrés y sufrimiento, tiene consecuencias para la calidad de vida e incluso para la salud, estando fuertemente presentes los sentimientos de soledad. También sabemos que la ausencia de relaciones emocionales seguras y de red de apoyo o, en su defecto, la existencia de relaciones insatisfactorias está muy relacionada con la afectación del bienestar. Además, son muchas las evidencias que reflejan que la discriminación y la violencia que sufren estas personas en su juventud se vuelven más probables a medida que envejecen, especialmente con el aumento del cuidado por parte del sistema de salud.

Por otro lado, el patrón heteronormativo niega cualquier realidad diferente en relación con la orientación e identidad sexual y de género. Y éste convive con el mito de la persona anciana como asexuada, con la negación de las personas viejas como sexuadas. En este contexto convive la vinculación social existente entre personas trans* y sexualidad, que condiciona la transfobia fuertemente establecida en los distintos contextos sociales e institucionales. Por ejemplo, con frecuencia no tienen recursos suficientes para afrontar sus necesidades de cuidado, consecuencia de la discriminación en el ámbito laboral (con dificultad para ocupar puestos de responsabilidad y reconocidos salarialmente de forma adecuada en una mayor proporción que tomando en cuenta los datos que tenemos de población general). También la falta de recursos impediría realizar la transición sanitaria que garantiza el bienestar con garantías de quienes la necesitan en esta etapa de la vida.

En esta línea, independientemente de la transición de cada persona, todas se ven, en un aspecto u otro, agraviadas socialmente. En aquellas personas que han estado en tratamiento hormonal durante años, no se ha dibujado ni abordado el alcance de los posibles efectos a largo plazo del tratamiento; en quienes deciden iniciar la transición sanitaria durante la vejez, tampoco hay pautas de actuación definidas; y en quienes deciden no iniciar proceso de reasignación alguno, las carencias son sociales e institucionales, por el peso decisivo que socialmente tiene el aspecto estereotipadamente masculino y femenino.

Todo esto tiene consecuencias para la persona, como el aumento del riesgo de exclusión, la afectación del bienestar personal y social, o en las mejores situaciones, la necesidad de ser ellas quienes tengan que asumir el esfuerzo de formación constante al entorno que les rodea, también a los profesionales. Pero no podemos olvidar las consecuencias sociales que se desprenden, como el desarrollo insuficiente e inadecuado de procedimientos de actuación y de recursos, la ausencia de formación necesaria de las realidades sociales, la muestra de una sociedad que no da respuesta a las necesidades de sus ciudadanos, sin un enfoque realmente comunitario.

Sin embargo, parece que la propia realidad junto con el trabajo activo fundamentalmente del mundo asociativo impulsa la creciente necesidad de cambios, ante una nueva generación que se identifica como trans* de forma visible en su contexto, que demanda que sus necesidades y, por tanto, derechos, sean preservados.

Esto conduce a plantear con urgencia algunas cuestiones. Las personas trans* que se encuentren en tratamiento de transición sanitario durante la vejez necesitan de profesionales de la salud bien formados en conocimientos, actitudes y habilidades para trabajar con las posibles necesidades específicas derivadas del tratamiento hormonal, de las distintas cirugías, acompañar en el proceso social y personal, etc. Esta formación ha de ser necesariamente extensiva a toda la comunidad profesional, para que puedan garantizarse los derechos de estas personas desde el punto de vista asistencial, jurídico, social, administrativo, etc. Además, es necesario que la comunidad esté formada sobre las necesidades y demandas de estas personas, que se visibilicen las realidades que conformamos nuestro entramado social, para fomentar en nuestra comunidad los valores de diversidad, salud y comunidad, respetando la individualidad, la unicidad de cada biografía. Pero para que esto pueda realizarse, es necesario proteger sus derechos. Será posible si los poderes políticos asumen la responsabilidad de llevar a cabo las regulaciones legales que permitan preservar esos derechos.

Finalmente, es necesario que estas personas durante su vida adulta conozcan qué recursos de los existentes pueden ayudarles a protegerse de la discriminación en materia de salud, de vivienda, etc. Y a planificar, en lo posible su futuro. Conocer bien los derechos puede facilitar una mejor vida hacia la vejez.

 SAMANTHA FLORES GARCIA (México,1932) es una mujer por elección, activista contra la discriminación del colectivo LGTBI cuyo sueño sigue siendo crear el asilo Laetus Vitae (Vida Plena) para los adultos mayores de esta comunidad.

Noelia Fernández Rouco
Profesora en la Facultad de Educación de la Universidad de Cantabria. Psicóloga y Doctora en esta disciplina, trabaja en el ámbito del bienestar y la sexualidad, especialmente sobre diversidad y salud a lo largo de las diferentes etapas de la vida.